Me voy hoy con esta individualidad en sociedad de cisterna
y sin muecas absurdas, sin contemplaciones eternas,
dejando botados entre el sistema de galaxias viejas
los muchos conceptos que esgrima mi propia mente;
porque deambular me gusta sobre la cuestión consciente.
No me interesa poseer de otros reconocimientos tontos,
solo el silencio y yo conocemos mis certezas.
Si de pronto noto que alguien abre para mi la puerta,
y me pone una alfombra roja esperando que ande por ella,
con gracia, altiva y llena de firmeza,
entonces declino la invitación por darme pereza,
y si ante la insistencia llego a caminar... nunca será resulta,
lo haré cojeando, como lastimada de pies a cabeza,
me hieren el alma con creencias de que sea perfecta,
de que sea erudita, de que sea profeta.
Si es cierto que moran en mi rayitos de luz,
cristalinas formas de conciencia,
complementadas con formas varias de inteligencia;
pero no me quieran abrir cuando estoy feliz,
con diálogos complejos y propios,
por que logran meterme a un quirófano
donde cortan todo interés de ser tan buena.
Como las mentes me esperan...
entonces divago y digo cosas sin gracia, sin pena,
pasando por absurdo mi pensamiento
y neutralizando mi verdadera esencia.
Si estoy feliz solo sonríe conmigo
y hablemos de tonterías.
Pero si quieres ser profundo con un alma como esta,
espérame taciturna, de alegría desierta y casi muerta,
tal vez entonces te diga las cosas profundas
de que me ha dotado el estudio y la ciencia.
lunes, 17 de septiembre de 2012
lunes, 3 de septiembre de 2012
Nemesis, H.P.Lovecraft
A través de las puertas del sueño custodiadas por los ghules,
más allá de los abismos de la noche iluminados por la pálida luna,
he vivido mis vidas sin número,
he sondeado todas las cosas con mi mirada;
y me debato y grito cuando rompe la aurora, y me siento
arrastrado con horror a la locura.
He flotado con la tierra en el amanecer de los tiempos,
cuando el cielo no era más que una llama vaporosa;
he visto bostezar al oscuro universo,
donde los negros planetas giran sin objeto,
donde los negros planetas giran en un sordo horror,
sin conocimiento, sin gloria, sin nombre.
He vagado a la deriva sobre océanos sin límite,
bajo cielos siniestros cubiertos de nubes grises
que los relámpagos desgarran en múltiples zigzags,
que resuenan con histéricos alaridos,
con gemidos de demonios invisibles
que surgen de las aguas verdosas.
Me he lanzado como un ciervo a través de la bóveda
de la inmemorial espesura originaria,
donde los robles sienten la presencia que avanza
y acecha allá donde ningún espíritu osa aventurarse,
y huyo de algo que me rodea y sonríe obscenamente
entre las ramas que se extienden en lo alto.
He deambulado por montañas horadadas de cavernas
que surgen estériles y desoladas en la llanura,
he bebido en fuentes emponzoñadas de ranas
que fluyen mansamente hacia el mar y las marismas;
y en ardientes y execrables ciénagas he visto cosas
que me guardaré de no volver a ver.
He contemplado el inmenso palacio cubierto de hiedra,
he hollado sus estancias deshabitadas,
donde la luna se eleva por encima de los valles
e ilumina las criaturas estampadas en los tapices de los muros;
extrañas figuras entretejidas de forma incongruente
que no soporto recordar.
Sumido en el asombro, he escrutado desde los ventanales
las macilentas praderas del entorno,
el pueblo de múltiples tejados abatido
por la maldición de una tierra ceñida de sepulcros;
y desde la hilera de las blancas urnas de mármol persigo
ansiosamente la erupción de un sonido.
He frecuentado las tumbas de los siglos,
en brazos del miedo he sido transportado
allá donde se desencadena el vómito de humo del Erebo;
donde las altas cumbres se ciernen nevadas y sombrías,
y en reinos donde el sol del desierto consume
aquello que jamás volverá a animarse.
Yo era viejo cuando los primeros Faraones ascendieron
al trono engalanada de gemas a orillas del Nilo;
yo era viejo en aquellas épocas incalculables,
cuando yo, sólo yo, era astuto;
y el Hombre, todavía no corrompido y feliz, moraba
en la gloria de la lejana isla del Ártico.
Oh, grande fue el pecado de mi espíritu,
y grande es la duración de su condena;
la piedad del cielo no puede reconfortarle,
ni encontrar reposo en la tumba:
los eones infinitos se precipitan batiendo las alas
de las despiadadas tinieblas.
A través de las puertas del sueño custodiadas por los ghules,
más allá de los abismos de la noche iluminados por la pálida luna,
he vivido mis vidas sin número,
he sondeado todas las cosas con mi mirada;
y me debato y grito cuando rompe la aurora, y me siento
arrastrado con horror a la locura.
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