martes, 10 de julio de 2012

El bello beso del silencio

Nadie debería exigir
lo que no es capaz de cumplir
y menos aún reprochar
atenciones, halajas o soluciones.

Cuando el único remedio
que uno ansía y necesita para sobrevivir
a la cortina de humo,
es el bello beso del silencio.

La caricia extrema de aquella soledad
que se manifiesta
cuando uno la busca con paciencia,
con premeditación y con urgencia.

El silencio de escucharse a si mismo,
el pulso de tu diversidad,
el compás que marca
el minutero de tu devenir,
el latido de tu bienestar.

Ver para creer
y como decía el guión
de aquel bonito largometraje de sentidos
y experiencias escuchadas:

¡Las personas nunca cambian
lo que cambian son las circunstancias
que suceden a esas personas!

Zambullirse en el fondo del mar,
aislarse de la cotidianidad,
que inflige una muchedumbre
que apenas te dice nada.

Exprimir al máximo
esos bellos besos de amor,
dormir sobre el mismo lecho
de una oscura suerte que a cada paso
que emites te acompaña y se te desvanece.

Conversar a solas
con más nadie más
que con el espíritu de tu bondad,
procurando encontrar en aquel más allá
algo más que reflexiones escritas
que no te hagan sentir mal.

En el centro de cualquier epicentro,
dentro del más ensordecedor diluvio,
entre tormentas de paz y de guerra,
en mitad de una costumbre de gritos y miedos.

Siempre, en el centro de todo ello
se encontrará ese bello beso perdido
que tantas veces se busca
y que muy pocas veces se encuentra.

Perdido para no ser hallado,
casi olvidado por voluntad propia,
despojado de pecados capitales,
aún faltando a preceptos
por los que en otros tiempos
separarían de tu cuerpo tu cuello.

Como una brisa matutina
que despeina pero no altera la empatía,
como una sonrisa
que hacer estirar las comisuras de las reinas.

Viento y paz,
hoguera y llama que no quema.
Solidaridad extrema
y amplitud de los cinco sentidos,
para poder escuchar, hoy y aquí,
mucho más allá del verbo oír.

Un beso cálido y liviano,
el beso de aquel pobre diablo
con vestimentas de mediano,
cuyo pañuelo al cuello
lo delata como caballero, austero y soberano.

Viento, sal de océano y tempestad.
Calmada,
como el querer siempre estar en esa paz,
en esa calma meridiana,
que te imprime el sello
de ser asocial.

Nadie debería exigir
lo que no es capaz de cumplir
ni tan siquiera a sí mismo.

No creo que exista alguna senda
por ese devenir
que nos conduzca a la jungla
donde poder llegar a ser feliz.

Necesidad es sobrevivir.
Soledad y silencio, a veces,
vida y calma,
paz, aire, pureza
y siempre, siempre
vuelta a casa.

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