Dame una mentira enorme,
que haga temblar los pulsos de la edad con su pisada grave y significativa,
que espante de mí los pájaros negros y los gusanos que cosecho sin proponérmelo
y se las arregle para hacerme creer que el hombre puede salir de sí,
ser uno con la mujer y amarla sin destruirse.
Algo que dure un momento y venga de tus labios,
para que yo me esconda y los altivos y los necios no me vean.
Detrás de esos frágiles decorados viviría feliz,
lejos del tedio y de los ojos que escrutan en la noche.
Sin miedo al silencio y a las fieras,
luego que la mentira fuese pronunciada,
como por un hechizo efímero correrían los talones del infortunio
y ni él, ni la miseria, pescarían ya nada en mis sentidos embotados.
La angustia del hombre ardería como fénix
y estos ojos y estas pobres manos arrojarían al suelo,
deshecho, el viejo corazón de la amargura,
contentos en su careta nueva.
Dame una mentira enorme,
que haga girar al revés el tiempo en los relojes
y arrúllame en ella,
hasta que en mis labios aparezca
la helada sonrisa de la idiota.
Qué decir cuando se desvanece el tiempo… Cómo explicar la necesidad sin sosiego… Mis ideas frenéticas… Las manos frías… arañando el calor del invierno, quizá… Reaparezca en mí y en mis vuelos…
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