La eternidad de las pequeñas cosas,
aquellas que casi sin salir de casa
tienen el precio de un reino.
La eternidad de aquellos momentos,
donde el misterio que se esconde
tras la estela de un beso,
nos deja, tantas veces, con esa sensación
de que todo es perfecto.
Si aprieto los dientes,
si caigo y me levanto,
si tropiezo con cada trazo,
si me guardo lo que siento.
Si mis sueños no los comparto.
Si me estrello contra el suelo
cada vez que intento
reemprender el vuelo.
Si continuo contando con mis dedos
y siguen sin salirme las cuentas.
Si oscurezco las habitaciones
donde me escondo para pensar.
Si el dolor,
sigo pensando,
que si no me mata
acabará haciéndome más fuerte.
Si mis cuadernos esconden
el único y verdadero
secreto de mi existencia.
Si tan solo a ellos
declaré mis intenciones,
de todas las formas posibles
sin medir miedos,
daños colaterales o consecuencias.
Si me eximí de rezar
es porque asumí
que mis culpas eran mías, solo mías
y más nadie debería pagar por ellas.
Si el sol quema mi piel,
si la claridad hace daño a mis ojos,
si mi cuerpo se retuerce, a veces,
mientras callo y acepto.
Si me enfrento a mis miedos
de la única manera que sé hacerlo,
si mis lágrimas no encuentran refugio,
ni en la orilla oeste de la vida,
ni en el andén de una estación vacía.
Si quiero pero no puedo;
pero al día siguiente y al otro, y al otro,
lo intento, aunque en ese intento
pierda la partida de nuevo
...entonces... me doy por satisfecha...
Si me empeño en conseguir un deseo.
Si escribo lo que siento.
Si me desahogo apretando las tuercas
de los mecanismos del infierno.
Si mi concepto sobre el cielo
cambió de repente y al respecto.
Si mi vida,
si mi suerte,
si mi huida
son la misma cosa.
¿Quién soy yo entonces
para alterar
las sonrisas del universo?
La caricia
de unos dedos sobre la piel.
La eternidad
de esas pequeñas cosas.
El beso más sutil,
la pasión del corazón,
sus locuras y extenuación.
El perfume de una rosa, de una sola.
Si tan solo aspiro a vivir
con todos mis miedos y proezas,
apoyado, como no,
en esta indecente realidad
que me conceden
esos pequeños y eternos
momentos de felicidad.
Entonces quien soy yo
para dejar de hacerlo,
quien soy yo
para alterar todo esto.
Si con ello
me gano y me pierdo
el derecho, uno solo,
el de "solamente"
sentirme así de satisfecha.
¿Quién soy yo
para no intentarlo
o para al menos no morir
por aquello en lo que creo?
¿Quien soy para no seguir
en mi empeño
de que esas tuercas oxidadas
vuelvan a funcionar, algún día,
en un lugar alejado del infierno?
¿Quien soy yo
...entonces... para alterar
las sonrisas del universo?
Cuando el pensamiento se doblega, el corazón da rienda suelta a lo subjetivo, los sentimientos se vuelven frágiles y nos dejan sabor a duelo.
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